No se puede decir, que aun estando donde se encuentra, no vea lo que sucede. ¡Así es! Lo ve ¿pero que encuentra? Nada fuera de lo común al parecer. Al parecer una nube flotante lo lleva a lugares recónditos de su mente. Al parecer un encuentro fugaz con un anciano remece la pequeñísima tierra floreciente a sus pies. Al parecer el sagrado silencio dejó de proteger sus oídos y se alarmó al oír un momento de escándalo ensordecedor dentro de su mirada intacta de tantos años. Suele suceder, siempre es así, en el algún momento del andar perseguido por el tiempo caemos en la visión de lo imposible. Suele suceder.
Y ¿qué hace él cuando se ve reflejado en ese río? ¿qué hace cuando por primera vez se mira en un espejo y se encuentra de verdad? se acaricia acariciando no su piel, sino algo que no se puede acariciar, algo imposible de tocar, algo que simplemente está ahí, pero no se ve, sólo se siente. ¿De qué sirve la visión ante un mundo tan grande de sensaciones? Para él es preferible cegarse. Cegarse para abrir los ojos verdaderamente, cegarse a un encuentro cara a cara con la lógica, esa lógica constante en nuestro mundo, esa que no podemos ver tan fácilmente, esa que nos atormenta y luego nos consume en una fiesta de tranquilidad, en un fiesta pacífica, una fiesta permanente de paz incansable, pero finalmente a medias servible.
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