Un
niño come un helado mientras juega con tierra fuera de su casa. Arma
una pista con obstáculos para sus autos de juguete. Pistas que se
cruzan. Túneles sumergidos. Banderas de servilleta. Pequeños
personajes de público. Barro. Piedras. La carrera está por
comenzar.
Su
gata trata de impedir el suceso. Bota los personajes. Pisotea la
pista. Se acuesta de espalda sobre los autos. El niño enojado la
expulsa en un rito y esta se va vencida . Salta por la reja, cruza la
calle y es atropellada por un pequeño auto rojo que pasa sobre la
felina sin detenerse.
-
¡Mierda, estuvo cerca!- dice la gata asustada mientras se sacude-
¡Pensé que este era mi fin!-. El niño se sorprende y abre su boca.
El helado corre por su mentón y por sus manos ennegrecidas. Mira al
animal consternado.
-
¿Te sorprende que hable?- y el niño asiente con la cabeza sin poder
decir palabras, aun temblando de la impresión. El helado derretido
corre por su dedos sucios y cae al suelo. -Tú también puedes hablar
y eres un mono lampiño-.
Este
acto sobrenatural se convierte en un pacto secreto. Permanecen juntos
aún varios años más. Ambos envejecen. El niño se hace adulto y
ella una anciana. De sus pláticas nacen fábulas. Pero todo termina
y acaba la historia.
Él
comprende que la imagen de la gata era sólo su recuerdo. Su esencia
convertida en reflexión. Pues el día del atropello perdió su
infancia. Su amiga fue arrollada encontrando horrorosa muerte. Todo
lo que vino fue su desarrollo mental al aferrarse al último destello
de lo que llamó felicidad.
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