20 julio 2018

Carlota


Un niño come un helado mientras juega con tierra fuera de su casa. Arma una pista con obstáculos para sus autos de juguete. Pistas que se cruzan. Túneles sumergidos. Banderas de servilleta. Pequeños personajes de público. Barro. Piedras. La carrera está por comenzar.
Su gata trata de impedir el suceso. Bota los personajes. Pisotea la pista. Se acuesta de espalda sobre los autos. El niño enojado la expulsa en un rito y esta se va vencida . Salta por la reja, cruza la calle y es atropellada por un pequeño auto rojo que pasa sobre la felina sin detenerse.
- ¡Mierda, estuvo cerca!- dice la gata asustada mientras se sacude- ¡Pensé que este era mi fin!-. El niño se sorprende y abre su boca. El helado corre por su mentón y por sus manos ennegrecidas. Mira al animal consternado.
- ¿Te sorprende que hable?- y el niño asiente con la cabeza sin poder decir palabras, aun temblando de la impresión. El helado derretido corre por su dedos sucios y cae al suelo. -Tú también puedes hablar y eres un mono lampiño-.
Este acto sobrenatural se convierte en un pacto secreto. Permanecen juntos aún varios años más. Ambos envejecen. El niño se hace adulto y ella una anciana. De sus pláticas nacen fábulas. Pero todo termina y acaba la historia.

Él comprende que la imagen de la gata era sólo su recuerdo. Su esencia convertida en reflexión. Pues el día del atropello perdió su infancia. Su amiga fue arrollada encontrando horrorosa muerte. Todo lo que vino fue su desarrollo mental al aferrarse al último destello de lo que llamó felicidad.

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