Una
voz, nada más que una voz. Una voz que acusa, que castiga y no
reconoce su verdad. Una voz que decide, que ejecuta, que ordenar. Una
voz amenazadora, tétrica, desde las tinieblas. Una voz que puede
reír pero no acusa el sentimiento. Una voz sin
memoria, sin presente. Un narrador, pero nada más. Una voz incorpórea,
sin alma, sin cuerpo. Impulsos vocales sin ánimo que hacen
dudar de sus palabras. Un ente vacío, intangible. Una voz insensible.
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