20 septiembre 2014

   Luego de comer la cazuela caliente que aún burbujea y que ella misma cocinó rato antes; tras sorber a la vez los jugos vitaminados del hueso de pollo y los testículos alopécicos de don Ismael, sale desdichada de casa doña Rosalinda del Carmen y los Placeres, encontrándose en el punto exacto en que se cruza su pasado irremediable con los años mustios del presente y anclada a los pormenores que han de venir en el futuro. Una sucesión interminable de aproximadamente 40 años que no cesa a pesar de saber que su patrón no la cambiará por su mujer.
   En cada paso efímero trata de dejar su huella plasmada durante las horas que avanzan fugazmente, sin embargo, no puede evitar ser solo un borrón ante nuestras miradas cansinas. Es lo que le da el impulso de seguir respirando, de querer creer que no solo es un costal de carne y huesos ya desahuciado. Rosalinda, mujer de una historia etérea, ve como se asoma con prontitud el declive de su existencia.
   Con una vida repleta de satisfacciones personales, una vida plena sin duda, su mente escudriña en silencio en lo que ayer no hizo aterrorizada por una culpa incómoda sin sentido. Sus logros la satisfacen, pero siempre se cuestiona lo que pudo haber sido y se retuerce por dentro con las respuestas que ella misma se da. Mientras se dirige al lugar establecido de ante mano, se aleja de la realidad y sus pensamientos transitan en muchos sucesos alternativos derivados de un mismo origen. Orgullosa, no muestra su congoja lastimera y ante los oyentes lanza un manantial de palabras melosas y lisonjeras que se van convirtiendo en un torrente turbio de rencores, rabia y envidia.
   Los sucesos progresivos e intermitentes de nuestra vida son guiadas, para bien o para mal, por nuestras acciones voluntarias y ella tomó su decisión hace años y nunca se dejó guiar por los impulsos propios del que se deja seducir por el eterno presente. Siempre fría en su conducta, desde pequeña trazó la línea de su vida y de ella nunca se alejaría en su trayecto diario. Todo parecía brillar en su anhelo por conseguir su meta, nada fue capaz de derribar su marcha ciega hasta la meta y sus logros personales fueron sucediéndose uno tras otro. Siempre victoriosa en su actitud, en tanto sonreía con desdén desde alturas imaginarías en un proceso absurdo que no parecía tener fin, jamás se dejó caer ante las tentaciones que le ofrecía la realidad amarga. Sin duda que siempre se tentó a probar de los frutos vetados por ella misma y ante el resto se mostraba incólume y despotricaba por los incorregibles perdedores, pero solo era envidia que sentía ante quienes se atrevían a recibir lo que el día a día les enseñaba.

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