Luego
de comer la cazuela caliente
que aún
burbujea
y
que ella misma cocinó rato antes; tras sorber a la vez los jugos
vitaminados
del hueso de pollo y los testículos alopécicos
de don Ismael, sale desdichada de casa doña Rosalinda del Carmen y
los Placeres, encontrándose en el punto exacto en que se cruza su
pasado irremediable con los años mustios
del presente y anclada a los pormenores que han de venir en el
futuro. Una sucesión
interminable de aproximadamente 40 años que no cesa a pesar de saber
que su patrón
no la cambiará
por su mujer.
En
cada paso efímero trata de dejar su huella plasmada durante las
horas que avanzan fugazmente, sin embargo,
no puede evitar ser solo un borrón
ante nuestras miradas cansinas. Es lo que le da el impulso de seguir
respirando, de querer creer que no solo es un costal de carne y
huesos ya desahuciado. Rosalinda, mujer de una historia etérea,
ve como
se asoma
con prontitud el declive
de su existencia.
Con
una vida repleta de satisfacciones personales, una vida plena sin
duda, su mente escudriña en silencio en lo que ayer no hizo
aterrorizada por una culpa incómoda sin sentido. Sus logros la
satisfacen, pero siempre se cuestiona lo que pudo haber sido y se
retuerce por dentro con las respuestas que ella misma se da. Mientras
se dirige al lugar establecido de ante mano, se aleja de la realidad
y sus pensamientos transitan en muchos sucesos alternativos derivados
de un mismo origen. Orgullosa, no muestra su congoja lastimera y ante
los oyentes lanza un manantial de palabras melosas y lisonjeras que
se van convirtiendo en un torrente turbio de rencores, rabia y
envidia.
Los
sucesos progresivos e intermitentes de nuestra
vida son guiadas, para bien o para mal, por nuestras acciones
voluntarias y ella tomó su decisión
hace años y nunca se dejó guiar por los impulsos propios del que se
deja seducir por el eterno presente. Siempre fría en su conducta,
desde pequeña trazó la línea de su vida y de ella nunca se
alejaría en su trayecto diario. Todo parecía brillar en su anhelo
por conseguir su meta, nada fue capaz de derribar su marcha ciega
hasta la meta y sus logros personales fueron sucediéndose
uno tras otro. Siempre victoriosa en su actitud, en
tanto
sonreía con desdén desde alturas imaginarías en un proceso absurdo
que no parecía tener fin, jamás se dejó caer ante las tentaciones
que le ofrecía la realidad amarga. Sin duda que siempre se tentó a
probar de los frutos vetados por ella misma y ante el resto se
mostraba incólume
y despotricaba por los incorregibles perdedores, pero solo era
envidia
que sentía ante quienes se atrevían a recibir lo que el día a día
les enseñaba.
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