05 febrero 2011

Condenado a Muerte.

Pena de muerte, dolorosa jornada.
El ente vacio camina lánguidamente
Al final de su tormento
Y no reconoce la marca
Que lo condena.
Olvidó el número, la sentencia,
El amargo final esperado por muchos que lo culpan,
Ocultando que él
No actuó solo.
El alborotado pasar por las armas.
De pie, frente al homicida,
Sin sentir su presencia,
Oye el discurso que lo condena,
Y aún no asimila que llegó su fin.
Respira lento, normal,
No expresa muecas de dolor,
Aún no le explican el motivo
Por el cuál ha de dejar
De existir.
No sabe que está podrido,
No se imagina la sentencia.
Piensa, cree que es eterno
Que solo la curia papal es criminal.
Hace oído sordo a la traición,
Rebobina su historia
Y nada parece extraño.

Busca a la siniestra mujer que truncó
Su camino,
El roce corporal del ayer,
Las palabras que hace
Un instante le pertenecían,
La falsedad de su situación.
Pero el condenado
No maldice, llora en silencio
Al desdén.
Yergue su cuerpo,
Vendados sus ojos,
El pánico asalta su sombra solitaria,
La respiración se acelera
Y llora.
En plena oscuridad,
Oye al río que lo
Guiará al infierno.
Descubre el rostro de la traición,
Sonríe melancólicamente,
Se retuerce el alma impía
Del condenado a muerte.

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