14 septiembre 2018

Antofagasta


Mascando la sal de la roca, pateado tierra roja, árida, en la ciudad dormida.
Mis años se sucedieron relativamente amenos adorando al mar desde los cerros marchitos.
Roqueríos que formaban castillos hoy cubren con violencia los recuerdos. Antofagasta, crecimiento profano.
Sentado sobre el techo, empequeñecido, contemplé la luna y el mar que las casas y edificios poco a poco fueron cubriendo. Nublando la vista, oscureciendo el cielo.
Ruinas prohibidas para los mundanos, donde no pueden ir a beber, follar o drogarse. Ahora deben pagar por el deseo.
Recorriendo sólo y a pie sobre papeles, de norte a sur, mi ciudad pequeña.
Escribir sobre piedras mensaje para el futuro, que estoy seguro el sol ya borró.
Una ciudad no venida a menos, al contrario. Pero bastante macabra, purulenta.
Los entes, sin darse cuenta, la convirtieron en una ciudad nefasta, trastornada, racista, xenófoba y altanera.
La ciudad debe ser amor, no melancolía.
Silencioso aleteo de la psique, Antofagasta querida ¿qué paso? Hoy estás diferente, extraña. ¿Será que al partír hace tiempo ya no te pertenezco? No eres el ayer donde me sentí tan propio, tan presente.

…Tanto has cambiado. Tanto me extraño.

Pienso que si me vieras ahora, si superas de mi, te resultaría diferente también y me juzgarías como si fuese un virus y no parte tuya, parte esencial. Aquellos días seculares cuando el sol quemaba la cara.

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