Mascando la sal de
la roca, pateado tierra roja, árida, en la ciudad dormida.
Mis años se
sucedieron relativamente amenos adorando al mar desde los cerros
marchitos.
Roqueríos que
formaban castillos hoy cubren con violencia los recuerdos.
Antofagasta, crecimiento profano.
Sentado sobre el
techo, empequeñecido, contemplé la luna y el mar que las casas y
edificios poco a poco fueron cubriendo. Nublando la vista,
oscureciendo el cielo.
Ruinas prohibidas
para los mundanos, donde no pueden ir a beber, follar o drogarse.
Ahora deben pagar por el deseo.
Recorriendo sólo y
a pie sobre papeles, de norte a sur, mi ciudad pequeña.
Escribir sobre
piedras mensaje para el futuro, que estoy seguro el sol ya borró.
Una ciudad no venida
a menos, al contrario. Pero bastante macabra, purulenta.
Los entes, sin darse
cuenta, la convirtieron en una ciudad nefasta, trastornada, racista,
xenófoba y altanera.
La ciudad debe ser
amor, no melancolía.
Silencioso aleteo de
la psique, Antofagasta querida ¿qué paso? Hoy estás diferente,
extraña. ¿Será que al partír hace tiempo ya no te pertenezco? No
eres el ayer donde me sentí tan propio, tan presente.
…Tanto has
cambiado. Tanto me extraño.
Pienso que si me
vieras ahora, si superas de mi, te resultaría diferente también y
me juzgarías como si fuese un virus y no parte tuya, parte
esencial. Aquellos días seculares cuando el sol quemaba la cara.
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