13 marzo 2008

Ayer quise escribir y no pude. Demasiados contratiempos surgieron en un prologando período. En otros tropiezos, la ciencia del sueño invadió mi cuerpo y me introdujo en un mundo donde estoy y no existo.
Me pasé la tarde viendo un sinfín de imágenes y continuaciones. Alcancé a percibir estados vagos, de lejana resonancia en este pedazo de realidad. Alcance a guardarme un poco de ese conocimiento, a robar esas visiones, pero las horas pasaron y mi estado de sopor me truncó el proceso.
Decidí, entonces, concentrar mi pensamiento y mi ser entero, en logar controlar mis vaivenes internos, y me alíe con mi organismo. Lo abracé y le reconocí como mi alma gemela, le acompañe en el trayecto donde juntos logramos ingresar por los senderos transitados, y otros nunca antes notados en mí presencia. Así estuvimos, idos, por un prolongado tiempo, pero al volver a mi vida, lo onírico se desvaneció al instante.
Volví a intentarlo. Alce mi mano, logre mi trance, pero era todo demasiado automático, todo muy falso. Mi cuerpo rechazó ese intento, pues él, al percibir y reconocer otros mundos, alcanzó a comprender que no era ese el pasaje, sino que el otro. Le di las gracias por hacerme entrar en razón y guarde silencio eterno. Hoy lo intento nuevamente, intento experimentar la sensación de hacer. Solo consigo desorbitar mis ojos, los que se dejan llevar por la tentación de ceder ante el primer impulso y no planean continuar con la lectura. Se detienen, se silencian y se duermen. Ayer mi cuerpo era mi aliado, hoy es mi enemigo… (¿Quién caerá primero?)

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