08 marzo 2008

El destructor de palabras.

Pasaba todo el día sentado sobre un cojín que llevaba a la plaza. Varias veces y seguidas, repetía la misma palabra. Llevaba ya 5 años con el mismo ejercicio. Estaba loco.
Cada vez que salíamos del colegio evitábamos pasar por su lado. Temíamos una agresión por su parte. Aunque nunca lo vimos en una actitud violenta. Solo se sentaba y repetía la misma palabra. Desafiaba a las personas y se sentaba en el medio de la plaza. Nunca nadie le dijo nada. Lo dejaban vivir en su mundo.
Él estaba flaco. No comía durante todo el día. Solo tragaba agua que le llevaba algún vecino. Pereciera que alguna vez fue amigo de todos. La barba le llegaba hasta el pecho y el pelo lo tenía con piojos. Nunca se bañaba. Estaba siempre hediondo. Quizás por eso nadie se le acercaba. Vestía una chaqueta de mezclilla azul, que también estaba sucia y hedionda. Pantalones de tela. Pies descalzo.
Le pregunté a mi mamá quien era ese señor. Me respondió vagamente. Mi papá obligó a que me olvidara de preguntas sin un fin productivo.


Un día un amigo contó lo que dijo su madre. Le habló sobre el loco del cojín.

- “Parece que alguna vez estuvo cuerdo. Era un doctor. Estaba casado y tenía dos hijas. Toda la gente le quería, era amable con todos. Siempre tendiendo una mano al amigo. Padre de una familia convencional.
“Pero en casa era otro. Bebía todo el día. Golpeaba a su mujer y a sus hijas. Era un desgraciado.
“Lo que lo llevó al fin fueron las constantes agresiones verbales hacía su esposa y también hacia sus hijas. Les decía que eran unas buenas para nada, unas putas, animales sin futuro, unas estúpidas... que las odiaba por perjudicarle su vida tan joven, por él estuvieran muertas y otras barbaridades.
“Su mujer no pudo mas y se suicido. Sus hijas crecieron y abandonaron el nido jurando no volver a verlo más.
“Al tiempo su mente colapso y se alieno.


Parecía mentira. Una persona tan pacifica era imposible de tamaña brutalidad. Tome una decisión.
Él siempre era la primera persona que llegaba a la plaza, siempre con su cojín bajo el brazo. Esa vez yo fui el primero y lo espere. Lo vi cuando llegó. Tenía nervios. No quería acercarme a él. Me estaba arrepintiendo de mi tarea trazada.
Dejó el cojín a un lado y limpió el suelo donde lo pondría. Se sentó y miró hacía el cielo. De donde yo estaba era innegable que se puso a llorar. Gritó al cielo la palabra ‘familia’’ y luego solo movió los labios.
Espere un buen rato. Tratando de convencerme de mi propuesta. Tragué aire y me acerque tímidamente. No miraba ni decía nada. Quise ser mas decidido y me senté a su lado. Volteó la cabeza para mirarme pero sin dejar de repetir en voz baja la palabra familia. Vi sus ojos rojos, mostrándome con orgullo que lloró.
Me miró buen rato, sin cambiar de posición. Agarró mi cabeza y me besó la frente. Volvió a su rutina. Yo no comprendí lo que paso. Aunque no lo tomé a mal. Me puse de pie listo para irme. Anduve unos pasos y él me pregunta:

-¿Tú también crees que estoy loco?

No supe que contestarle. No sabía que hablaba.

-“Una vez tuve una boca muy grande (me empezó a contar; me pilló desprevenido.) La use para lastimar. Use mi idioma, use lo que nos diferencia de los otros animales, use mi forma de comunicación para destruir.
“Las creaciones humanas solo sirven para destruir. El dialecto nos es la excepción.
“Después que tuve un gran perdida en mi vida, me propuse destruir las palabras. Las más significativas. Las tomo y las repito una y otra vez, hasta que pierden el sentido. Hasta que se transforman solo en sonidos guturales.
“Las palabras como amor, amistad, futuro y paz no significan nada. Al no tener palabras a las que recurrir, también pierden el significado.
“Soy ‘el destructor de palabras’ cumpliendo una orden divina. Soy su salvador, su Mesías, los vengo a salvar.

Se quedó en silencio un rato y luego volvió a repetir la palabra familia. Me marché sin desconcentrarlo. No me parecía ya un loco. Me parecía un hombre que se había dado cuenta de una triste verdad y estaba condenado a cargar ese peso a cuesta.
Les conté de mi charla a mis amigos y estos a sus otros amigos. Al final todos lo llamaban “el destructor de palabras “, y le molestaban.

Me sentí mal el resto de mi vida. Lo traicioné. Me enseñó que cuando uno abre la boca solo lastima. Me fui a los 18 de aquella ciudad por cuestiones de estudio. Cuando regresé ese verano a casa, me enteré que él una noche simplemente desapareció.
(2000)

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