13 marzo 2008

Es 5 de agosto de 1952 y MarcoAntonio tiene hambre. Ha tratado de mantener su mente en blanco, obviar esos impulsos que le espantan, no quiere volver a caer, pero sabe que es inevitable, que pronto cederá y no será él, será el “carnicero nocturno”, su nombre artístico y con tarjeta de presentación.

Los días se hacen eternos y las noches se transforman en un vagar de espectros. Para aplacar su ansia, ha consumido a cuanto perro y gato se atraviesa por su hogar. Le gusta ver como sufren, descuartizarlos vivos, para luego consumir sus carnes en un estofado exótico. También le provoca éxtasis el saberse más inteligente que los que van tras sus pasos.
MarcoAntonio es un tipo agradable, según cuentan sus vecinos, claro que igual lo miran con cierto resquemor. Se nota que es un tipo inteligente, de repente, demasiado, para un hombre reconocido como enfermo mental. Llega a superar en cálculos mentales al tipo dueño del almacén, que, cuando tiene largas cuentas, requiere su ayuda.
Familiares nunca se le han visto. Siempre esta solo. Su vida, antes de llegar, es un misterio. Nunca ha dicho que hacia anteriormente. Solo saben que fue un antiguo camionero y se le nota, pues sabe todos los puntos del camino y lugares, que según ellos, ni siquiera saldrían en los mapas.
Pero eso es algo sin importancia, lo que realmente vale la pana saber, es que él tiene hambre. Y cuando él tiene hambre, todos sabemos que quizás mañana no despertemos. Y, para calmar esa ansia punzante y en constante aumento, lacera su espalda con un látigo de propia fabricación.
Al otro día, se levanta y al poner los pies en el suelo, ve una delgada línea de sangre que baja por sus piernas. Observa sus manos y la sangre coagulada expele un pesado olor. Este se las pasa por su rostro, como acariciando a un pequeño niño y se las huele. Sonríe mirando hacia el cielo.
La misma noche que las ganas de carne, y no cualquier carne, hicieron mella en la mente de MarcoAntonio, salió de su casa a deambular, sin tener un fin que hacer. Solo sale a cazar. El instinto animal, que aun persevera en personas como él, apaga su parte prolija y la manda a dormir con leones. Ante eso, solo sigue sus impulsos, y el arrobamiento de beber sangre fresca, que para él es como una droga, le apaciguaran por un tiempo. Es como tener relaciones, después de eyacular no quieres más que reventarle su rostro para que te deje dormir tranquilo.
La elección de la victima y la caza fue fácil. Ya sabe como hacerlo y nunca cambiará algo de su rutina, pues se podría complicar y no lograría nada. Al morder el cuerpo ajeno hasta desgarrarlo, lo volvió loco de placer, y, acto seguido, comió el sexo de la victima, lo cual hizo brotar un chorro de plasma caliente, la que bebió como si fuera agua. En este estado de trance, siempre le surgen ganas de defecar y lo hace al lado de la victima. Mierda que se come con la punta de sus dedos y luego se revuelca sobre ella sin saber por que lo hace, pero lo hace. Es algo divino.
Descuartizó el cuerpo y lo guardó dentro de un bolso negro. El resto del cadáver lo enterró a varios metros de donde estaba, y estaba lejos. Luego, en un chispazo de cordura, se lanzó al charco de agua que sonaba a unos pasos, en esa noche tenebrosa y oscura. Se baño y arrojo su ropa al viento, danzo bajo la luz de las estrellas hasta caer rendido. Con una hoja de afeitar hizo una herida en su mano izquierda y se recostó al lado de su presa.
Los restos los depositó en la nevera de su negocio. Con algunas partes hizo carne molida y la puso a la venta, con el resto, una sopa “
reponedora”, para su no imaginaria resaca: Pico la carne en cubitos sobre una tabla y, acto seguido, la echo a cocer junto a una cebolla, un pedazo de zapallo, papas, sal y pimienta y otros ingredientes. Luego tomo reposo por unos minutos.
Se lavó las manos ensangrentadas, corrió la cortina (negra y pesada) para que se aclarara el cuarto. Era demasiado tarde y debía laborar, abrir el negocio y darles su manjar a los vecinos, los cuales no sospechaban nada. Se sirvió su sopa y luego se puso a trabajar. Lo de la noche anterior fue, y nada más. La vida sigue adelante.
MarcoAntonio logro ser capturado varios años después, debido a un estúpido error suyo, algo demasiado degradante como para escribirlo. Fue condenado a pena de muerte, lo que se traduce a fusilado. Antes de morir dijo: “Todo es demasiado fácil, agradézcanme que estén ustedes vivos. De mí depende si alguien continua respirando...”, y murió con siete impactos en el cuerpo y luego de agonizar por casi una hora.

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