13 marzo 2008

Iba por la calle, como todos los días, yendo hacía el centro del globo. Todos se volvían hacia mí para verme. Yo me sentía extraño, tenía vergüenza, a veces me sentía alabado, pero no era ni lo uno ni lo otro. Se me había caído la mano.
Extraño acontecer. La semana anterior se me cayó un ojo y, tal vez, la próxima pierda mi hombría. No sentía dolor, ni lo sentí en el momento del accidente. Cuando veo que todos corren, entiendo el problema.
Una enorme ballena azul pasó sobre nuestras cabezas, estas se creen con el derecho a transitar libremente por la vía pública. Yo fui uno de los precursores para que ellas pagaran patentes para poder hacerlo, pero los grandes señores se sintieron temerosos de su tamaño colosal.
Quizás fue esta la que me arranco el brazo, pero no lo creo. Ellas, a pesar de todo, son pacificas. Tal vez se me había caído cuando un personaje de caricaturas con dientes de conejo, cara de niño bueno, lentes poto ‘e botella y un bisoñé de lo mas sicodélico (o sea, un gran demagogo), pasó frente a mí arrancando de un borrador. Recuerdo que impactamos de frente, y él escupió mi ser indignado por la agraviante.
Detengo mis pasos y observo el moñón. Que estúpido soy. Ahora recuerdo. Cuando me voy a la cama, mis manos actúan por si solas, y esta, la derecha, a intentado aniquilarme muchas veces, como a todo el mundo. Por eso, en las noches me la arranco del brazo. Hoy se me olvido ponérmela.
Regreso presuroso tomando lo primero que venga por la calle, estar sin la mano derecha mientras se transita es una agraviante y merece cárcel, según los señores dominantes. (Me embarco en un avión de papel lanzado por un niño en algún barrio proleta de la gran ciudad.)
El gato del vecino se comió mi mano. Estoy recluso en mi hogar, no puedo salir más. Es extraño, uno lucha por conseguir materiales de catálogos, pero cuando los condenan en su propio hogar, todo les produce insatisfacción, ¿no les ha pasado?
La mano derecha, la que mueve al mundo, es más siniestra que la mano negra. Ahora mi mano izquierda lucha por rescatarme de esta prisión, pero las manos derechas son más fuertes. Sus golpes en la mesa son oídos hasta por un sordo.

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